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Hay una gran diferencia entre un loft y un estudio. Cada espacio tiene sus propias características y señas de identidad. ¿Quieres saber cuáles son? ¡Te damos las claves!
Todo cabe en la misma cesta: la maraña de términos es tal, que resulta fundamental explicar la diferencia entre loft y estudio, o entre miniapartamento y local reconvertido en vivienda, para llamar a cada cosa por su nombre. Toma nota y aclara todos estos conceptos. ¡Que no te den gato por liebre!
Importan, claro que importan, y mucho. Ambos aspectos marcan la mayor diferencia entre loft y estudio. Las dimensiones son determinantes: mientras que un estudio no suele llegar a los 50 metros cuadrados y dispone, a lo sumo de una o dos habitaciones, los lofts pueden ocupar cualquier superficie.
En común tienen que son prácticamente diáfanos, lo que se debe a una escasez espacial para levantar paredes en el primero. Y por supuesto a la esencia del mismo loft, basada en el open concept o distribución abierta. No hay divisiones o son poco formales: tabiques que no llegan al techo, paneles o correderas de cristal, librerías de doble cara, cambios de nivel, etc. Estos elementos ayudan a organizar espacios comunes, como salón, comedor y cocina, dentro de un espacio compartido. En los estudios, además, se suele integrar el dormitorio (o sofá-cama) en la zona de estar.
Hasta ahí los parecidos, porque las funciones también difieren. Si bien ambos tipos de inmueble pueden estar destinados a despachos profesionales, el uso residencial es muy distinto en uno y otro caso. Los estudios están concebidos para una sola persona o una pareja (muy bien avenida, dicho sea de paso), y resultan mucho más accesibles económicamente y fáciles de mantener: no es lo mismo equipar o calentar 30 metros cuadrados que 120, por ejemplo.
Por su parte, los lofts han dejado de ser refugios exclusivos de artistas, hipsters y outsiders para convertirse en un paradigma de casa familiar cada vez más codiciado. Un paradigma burgués, concretamente, porque sus elevados precios son equiparables a los de edificios de alto standing. Y es que, aunque carísimos, ¡dan tanto caché…!
Pero recuerda; no es oro todo lo que reluce. Ni los lofts son siempre inmuebles extraordinarios, ni los estudios, zulos siniestros. Al contrario, pueden resultar ideales. Para saber cómo rentabilizar al milímetro estas pequeñas viviendas te invito a leer este reportaje de la web Arquitectura y Diseño en el que aprenderás a sacar enorme partido a las minicasas.
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Descarga gratis la guía formativaNacidos en la ciudad de Nueva York, en barrios como Soho o Tribeca, se trataba de almacenes o naves fabriles abandonados. De ahí que la impronta industrial del loft y su esencia urbana estén impresos en su ADN. Este doble origen es otra de las grandes diferencias entre loft y estudio.
Hasta mediados del siglo XX no fueron ocupados por colectivos con pocos recursos, vinculados al arte y la cultura, que los convirtieron en viviendas-taller. Para sus nuevos inquilinos, los lofts suponían la alternativa perfecta a su forma de vida y a su trabajo, puesto que las superficies amplias y abiertas permitían pintar o esculpir “a lo grande”. Alimentado en gran medida por el cine, ese halo de bohemia modeló con el tiempo la imagen cool y vanguardista de unos inmuebles dificílmente habitables, en realidad.
En cuanto a los apartamentos, también tienen un pasado. E incluso más remoto. Ya en 1802, el ilustrado Benito Bails definía apartamiento en su Diccionario de arquitectura civil y catalogaba sus distintos tipos, describiendo el más básico como “el que coge todo el fondo del edificio entre las dos paredes de fachada sin pared alguna de traviesa en la dirección de su longitud”.
Tal y como los conocemos hoy, sin embargo, surgieron más tarde para dar solución a problemas modernos: aumento de la población, subida del precio de la vivienda, cambio en los modelos sociales… Se empezaba a vivir de otra manera. ¿Quién no ha oído hablar de los apartamentos de soltero? Al hilo del cine, se me viene a la cabeza una referencia de la inolvidable The Apartment (1960), película del genial Billy Willder. No me resisto a rescatar una de sus famosas escenas.
Echo un vistazo a un portal inmobiliario y leo: “Loft reformado en una antigua tahona. Tiene un estilo muy neoyorquino con suelos de cemento y cocina tipo industrial”.
Si las dimensiones y el precio marcan la primera diferencia entre loft y estudio y sus origenes y ubicación, la segunda, el diseño arquitectónico es la tercera. Y hay que decir que ambos espacios se parecen como un huevo a una castaña.
Edificado directamente bajo cubierta, con techos altísimos, grandes ventanales, carpinterías oscuras y paredes y suelos con ladrillo o cemento expuestos y surcados por tuberías e instalaciones eléctricas a la vista… Eso es un loft auténtico; lo demás son imitaciones. Porque el look brutalista descrito puede ser original, o una escenografía reproducida en casas de nueva construcción. Asimismo, los materiales y acabados (ladrillo, hierro, maderas, piedras naturales, acero), que definen ese sello identitario, se emplean también en inmuebles recién hechos. En el portal Plataforma Arquitectura tienes buenos ejemplos de lofts actuales.
Todo esto es extrapolable a los estudios. El gancho “estilo industrial” utilizado por muchas agencias provoca importantes equívocos. Porque, ojo, el quid no está en la estética, sino en la verdadera naturaleza de la construcción. Y en un mini-apartamento se repiten idénticos estándares que en los pisos ordinarios. Punto.
Que no te líen: aunque tenga una única habitación independiente (el baño), o el dormitorio se disponga en un altillo y la pared se haya dejado sin revocar, no es un loft, ni siquiera un eufemístico dúplex, sigue siendo un estudio, con buenos recursos espaciales y decorativos, pero estudio mondo y lirondo al fin.
¿Todavía te quedan dudas al respecto? Te recomiendo este artículo que explica de maravilla lo que sí es un loft y lo que no y hace un repaso de todas las tipologías englobadas bajo este paraguas, locales comerciales a pie de calle incluidos.
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