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La competencia monopolística es una estructura de mercado que combina elementos tanto del monopolio como de la competencia perfecta.
Aunque pueda parecer contradictorio, es una situación muy habitual en distintos sectores de consumo, tales como ropa, hostelería o tecnología.
En este artículo veremos exactamente cómo se define esta situación en términos económicos, cómo funciona en la práctica y qué implicaciones tiene para consumidores y empresas.
La competencia monopolística es una estructura de mercado que se da cuando muchas empresas ofrecen productos parecidos, pero no idénticos, de modo que cada una logra diferenciarse de la competencia.
Esto permite a dichas empresas tener un cierto poder en la fijación de precios, aunque no comparable a lo que sucedería en caso de monopolio u oligopolio.
Por tanto, en sentido estricto, se trataría de un fallo de mercado, si lo comparamos con una situación ideal de competencia perfecta, aunque no tan acusado con en los oligopolios y monopolios.
En cuanto a la diferenciación que se da en los mercados de competencia monopolística, puede deberse a factores como los siguientes:
Este concepto de competencia monopolística fue acuñado por el economista estadounidense Edward Hastings Chamberlin en la década de 1930, en su conocida obra «The Theory of Monopolistic Competition» («La teoría de la competencia monopolística»).
Como principales características de la competencia monopolística, podemos señalar las siguientes:
Como decíamos, aquí radica la clave más relevante de estos mercados de competencia imperfecta.
Así, cada empresa ofrece productos que, aunque satisfacen esencialmente las mismas necesidades, se perciben como diferentes por parte de los consumidores.
Como dice Samuelson, son «sustitutivos cercanos, pero no perfectos».
Por ejemplo: restaurantes, ropa de marcas diferentes, productos cosméticos, etc. De este modo, podemos satisfacer nuestra necesidad de vestirnos con unos pantalones de cualquier marca, pero no percibimos a todas las marcas de la misma forma, ni estamos dispuestos a pagar el mismo precio por cualquiera de ellas.
En consecuencia, la diferenciación reduce la elasticidad – precio de la demanda, lo que implica que los consumidores estarán menos dispuestos a cambiar de marca simplemente por variaciones en el precio.
Efectivamente, no estamos ante un monopolio ni un oligopolio. De este modo, existe un elevado número de empresas que compiten entre sí, por lo que ninguna posee una cuota significativa del mercado.
Esto evita que haya un control total de los precios o de las condiciones del mercado.
Los mercados de competencia monopolística suelen ser mercados con barreras de entrada bastante bajas, de modo que es relativamente fácil entrar y salir del mercado.
Por tanto, son mercados dinámicos, donde aparecen y desaparecen competidores día a día.
Volviendo a los ejemplos anteriores, esto es algo muy evidente en la hostelería, con constantes aperturas y cierres de locales.
Como decíamos, aunque las empresas tienen cierto margen para establecer precios, este poder está limitado por la presencia de sustitutos cercanos ofrecidos por competidores.
En consecuencia, deben tratar de equilibrar su poder de fijación de precios con la necesidad de seguir siendo competitivas frente a otras.
En los mercados de competencia monopolística, las empresas cuentan con tres factores clave con los que tratan de mejorar su posición estratégica frente a los competidores:
Dado que los productos son sustitutos cercanos, las compañías dedican grandes esfuerzos a que el consumidor los perciba como distintos.
Esto puede conseguirse de formas muy variadas, como decíamos:
Empresas como Apple o Nike ejemplifican perfectamente este tipo de estrategias de diferenciación, que les permiten fidelizar a sus clientes en sectores de alta competencia.
Además de lograr la diferenciación intrínseca, es necesario comunicarla de forma eficaz, para que los consumidores la perciban e interioricen.
De ahí que se dediquen grandes esfuerzos al marketing y a campañas de publicidad que refuercen la imagen de marca e influyan en la percepción del consumidor objetivo.
Finalmente, las mejores empresas suelen dedicar también muchos recursos a innovar, para tratar de consolidar o aumentar ese factor diferencial respecto de sus competidores.
Esto es especialmente frecuente en sectores como la electrónica de consumo o la moda.
Pensemos, por ejemplo, en los iPhone de Apple.
Este tipo de mercados de competencia monopolística presentan tanto aspectos positivos como negativos, que analizaremos desde el punto de vista de empresas y consumidores:
Cuando hablamos de los distintos tipos de mercado, es interesante comparar la situación de competencia monopolística frente a otras situaciones que pueden darse en la práctica:
En la competencia perfecta, las empresas ofrecen productos idénticos sin poder de fijación de precios.
En cambio, en la competencia monopolística, las empresas tienen cierta capacidad para establecer precios más elevados en función del valor percibido, gracias a estrategias de diferenciación.
En un oligopolio, unas pocas empresas dominan el mercado y tienen un gran control sobre los precios.
En la competencia monopolística, ninguna empresa domina claramente, pero todas buscan diferenciarse para obtener ventajas competitivas limitadas.
En un monopolio puro, una sola empresa controla todo el mercado, mientras que, en la competencia monopolística, la presencia de múltiples empresas garantiza una variedad de opciones y precios para el consumidor.
En definitiva, la competencia monopolística nos ofrece un curioso equilibrio entre diversidad, innovación y competencia.
Como cualquier otro tipo de mercado imperfecto, tiene tanto aspectos positivos como negativos, dependiendo del comportamiento de las compañías y de la información que maneje el consumidor.
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